miércoles, 31 de enero de 2024

Escribir es corregir

Hace una década que anoté en este blog una entrada relativa a la necesidad de escribir que tenemos algunas personas. Dije en ella que la escritura es una experiencia muy personal, y por ello tiene tantos significados. Confesé que a veces escribía para dejar correr el pensamiento y registrarlo en un determinado soporte, y que en otras buscaba radiografiar mi raciocinio o mis emociones definiendo lo que siento o lo que medito. Decía que la escritura me liberaba de algunas pasiones y preocupaciones, que me aligeraba de las cosas de la conciencia y hasta de algunas sensaciones vegetativas. Añadía que escribir significa decir lo que no se puede o no se debe callar. De ahí que, como alguien dijo, suponga siempre poner la cara, hablar de frente. Por ello, cuantos escribimos sabemos que nos jugamos algo con nuestras palabras. Apostillé, finalmente, que escribir es una aventura fascinante, resultado de la transpiración más que de la inspiración. E insistí en que la escritura exige esfuerzo, dedicación, hacer y deshacer, buscar, corregir, reescribir...

Hoy quiero volver sobre esto último. Tras una década escribiendo con cierta regularidad, aseguro —como lo han hecho otros— que escribir es en buena medida corregir. Cuando escribo nunca sé bien si estoy haciendo una cosa o la otra, pues a menudo me sorprendo practicando ambas simultáneamente. Podría decir que escribo corrigiendo, o que corrijo escribiendo. Ahora bien, debo precisar lo que entiendo por corregir. Por lo general, se piensa que consiste simplemente en concordar correctamente sujeto, verbo y predicado, utilizar razonablemente la acentuación y los signos de puntuación, y poco más. Eso es lo que significa corregir el lenguaje ordinario o los textos administrativos. Sin embargo, desde el punto de vista literario, corregir es un verbo inmenso que atiende a muchas otras cosas, engloba una fase primordial de la escritura e incluye atender aspectos lingüísticos, estructurales y semánticos.

La primera versión de cualquier relato constituye poco más que un tosco andamiaje, que es necesario pues contiene el pensamiento primigenio subyacente, sin el que nada vendría después. A veces resulta de elaboración molesta, casi desagradable, y cuesta consumarla. Pero a ella debe suceder la fase primordial de la escritura: la corrección.

Corregir significa analizar el contenido de lo redactado para subsanar incoherencias, malentendidos, confusiones, lapsus… Significa detectar y remediar errores en la aplicación de la norma de la lengua escrita: fallos ortográficos (puntuación, tildes omitidas o innecesarias...), morfosintaxis incorrecta, ambigüedades, imprecisiones… Supone atender al uso estético o artístico del lenguaje, preservando los rasgos del estilo particular de quien escribe.

Escribir es corregir, corregir y corregir. Combinar la artesanía de la palabra con la orfebrería semántica. Una experiencia tan gravosa como prodigiosa. Como dije, sigo sin querer olvidar las palabras, y menos lo que significan. Y solo por eso merece la pena escribir…, y corregir.



miércoles, 24 de enero de 2024

Filosofía «delulu»

Con esta expresión no pretendo pitorrearme de nadie, aunque pueda parecerlo. Lejos de mi ánimo semejante dislate. Bien al contrario, aspiro exclusivamente a compartir el asombro —y también algunas reflexiones— que me produce el enésimo fenómeno que se viraliza en las redes sociales. Seis mil millones de likes en TikTok respaldan a un recentísimo mantra que ha sido objeto de profusos comentarios en la prensa nacional e internacional. La frase en cuestión es «Delulu is the solulu», un enunciado expansivo que ha permeabilizado las mentes y las redes, especialmente las que frecuentan los jóvenes de la Generación Z. Si bien no disponemos de traducción acreditada del vocablo delulu —del inglés delusional (delirante)—, en el contexto de la mencionada frase podría equivaler a algo parecido a «autoengañarse», y la sentencia completa sería «autoengañarse es la solución». En este caso, se entiende que para conseguir en la vida lo que se desea. Algo que habitualmente se ha considerado un desatino y que, sin embargo, ahora se ofrece como una solución de una sencillez abrumadora.

Obviamente, el éxito de la propuesta se asienta en el atractivo que supone la perspectiva de que cualquiera puede inducir y disfrutar de profusas oportunidades y venturas en la esfera profesional y en el ámbito emocional. Lo que ofrecen los gurús de tan escueta proposición es una sucinta y peculiar filosofía con la que se eluden las complejidades de la vida real y se alcanza una suerte de enajenación transitoria, que permite adoptar el perfil de la persona que se desea.

Esta invitación, que algunos consideran una versión satírica e hipertrofiada del pensamiento positivo, ha brotado de la nada y se ha divulgado rapidísimamente. Hasta el punto de que en los medios de difusión se especula sobre sus potenciales e inmediatas aplicaciones. Podría decirse que nos hallamos frente a una resumida y renovada versión de los viejos (?) libros de autoayuda, o de los ensalmos para alcanzar la felicidad, que intenta hacernos creer que semejante asunto depende exclusivamente de cada cual. Eso es lo que propone esta mirífica fórmula con un novedoso formato que realmente no es tal, sino que esconde vetustos mensajes de autoayuda —como los que incorporaba el bestseller de Rhonda Byrne (2006): El Secreto— que ahora se ofrecen envueltos en flamantes términos o empaquetados en cortos vídeos.

En suma, me refiero a un fenómeno vinculado al llamado pensamiento positivo que, en opinión de muchos académicos, no es sino una «reducción y simplificación» de conceptos e ideas bastante más poliédricos. Algunos de los aspectos especialmente criticados son la negación de las emociones negativas (miedo, ansiedad, ira, tristeza, depresión, asco…) y el rechazo de su contribución al crecimiento personal. Sin olvidar la propuesta de endiosamiento de la denominada «ilusión positiva», una suerte de venda de optimismo que distorsiona radicalmente la realidad, pues aspira a instaurar en las mentes una fe casi ciega en la rúbrica que augura que todo irá bien. Sin embargo, como sabemos, la interpretación errónea de tan bienintencionado lema conduce al derrumbamiento emocional cuando las cosas no ruedan como esperamos o cuando tomamos conciencia de que el correlato entre actitud positiva y bienestar no existe. En definitiva, cuando los actos considerados positivos no se traducen mecánicamente en consecuencias favorables, cosa que sucede frecuentemente como todos sabemos

Así pues, el reduccionismo de estos enfoques psicológicos difunde un mensaje equívoco de conceptos como el optimismo o la felicidad. Porque la ira, el miedo o la tristeza también son per se emociones productivas, esenciales para el aprendizaje y el crecimiento personal. Los seres humanos no podemos evitar la tristeza, ni enfadarnos o sentirnos aterrorizados porque dejaríamos de serlo. Lo que sí podemos, como hacemos con las emociones positivas, es aprender a moderar su impacto negativo y a transformarlo en fuente de conocimiento y de desarrollo personal. Justamente para eso sirven las denominadas emociones básicas, cuya finalidad no es otra que contribuir a facilitar el equilibrio personal y a asegurar la adaptación social.

Estas corrientes del pensamiento positivo me parecen peligrosísimas. Los mantras que se difunden desde la esfera política, o desde la propia psicología, apelando a que: «tus deseos son tus derechos», «Good vibes only», «los sueños se cumplen», los duros se cambian a cuatro pesetas o los perros se atan con longanizas, me parece que abonan un contexto ineducativo, que no puede sino contribuir a causar en diferido un profundo malestar entre la ciudadanía, cuando no generar una frustración insoportable. No deja de sorprender que a estas alturas todavía se sigan prodigando los timos del tocomocho o de la estampita. Y me pregunto qué pasará con las nuevas generaciones inmersas en la nueva religión del narcisismo, el egocentrismo, las inalcanzables expectativas, la autoayuda y el pensamiento positivo. Me pregunto por lo que harán cuando constaten, descarnadamente, que no siempre suelen cumplirse; más bien casi nunca. Porque es evidente que no basta con creer en el éxito profesional o personal para alcanzarlo.

El esfuerzo, el optimismo, la gratitud, la creencia en la felicidad, la sonrisa como respuesta o lo que se nos ocurra, poco o nada tendrá que hacer si ocultamos el lado negativo de las cosas. Solo siendo conscientes de que existe lograremos hacer algo para intentar cambiarlo. Porque, nos guste o no, es ineludible pensar sobre qué hacer con aquellos que no conseguirán profesionalmente lo que esperaban, con los que se quedarán sin pareja, con los que no podrán tener casa propia o con los que enfermarán y no tendrán acceso a los recursos sanitarios. Ni siempre seremos felices, ni siempre conseguiremos lo que nos propongamos. Ni pasa nada por no serlo o no conseguirlo. A no ser, claro, que optemos por vivir narcotizados e inmersos en un pensamiento mágico que identifica vida con sonrisa y felicidad. Afortunadamente, la vida son muchas cosas más.



jueves, 18 de enero de 2024

Crónicas de la amistad: Novelda (51)

Sin que su versión meteorológica nos alertase, volvió a sorprendernos el invierno astronómico. Se nos echó encima la estación en la que hormiguean los balances del pasado y se forjan esperanzas para el futuro. Se desgranó el año viejo y cuanto en él sucedió para gusto o disgusto de unos y de otros. Hubo de todo y para todos: se desató por enésima vez la guerra perpetua entre judíos y palestinos, solapándose con la de Ucrania y con otras muchas, a cuyas crueldades y tragedias, tristemente, nos hemos acostumbrado. Estalló la «ebullición global» que hizo de 2023 el año más caluroso de la historia. Acontecieron sismos devastadores en Turquía y Marruecos que provocaron miles de víctimas. Donad Trump se convirtió en el primer presidente estadounidense procesado penalmente; y no una sola vez, sino en cuatro ocasiones. Lula da Silva recuperó el poder en Brasil y un ultraliberal antisistema fue elegido presidente de Argentina. La OMS declaró el fin de la emergencia por Covid-19 y la India se erigió en el país más poblado del mundo, arrebatándole el récord a China. Carlos III, eterno candidato al trono británico, fue coronado rey a los setenta y tres años. La Luna volvió a situarse en el corazón de la carrera espacial: India se sumó a China, Rusia y USA en el ranking de los alunizajes controlados. Pedro Sánchez volvió a la Moncloa tras pactar con casi cuanto existe a la izquierda del PSOE y con el conjunto del independentismo. Como siempre, al PP le resultó insoportable que se le esfumase la plenitud del poder —atribución que considera su patrimonio natural—, pese a haber arrasado en los comicios municipales y autonómicos y gozar de mayoría absoluta en el Senado. En fin, sucedieron acontecimientos para contar y no acabar.

Pese a todo, en esta suerte de interludio, antesala del invierno, se prodigan las reflexiones y los buenos propósitos que, desgraciadamente, suelen ser circunstanciales y perecederos. Tan efímero paréntesis llega a ser ocasión propicia para recordar y avivar intenciones y pronunciamientos tan juiciosos como los que siguen: «Lo que sabemos es una gota de agua; lo que ignoramos es el océano» (I. Newton). «Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace» (J.P. Sartre). «Quien no entiende una mirada tampoco comprenderá una larga explicación» (Anónimo). «Lo que es de uno es casi de nadie, así que es mejor que sea de muchos» (E. Chillida). «El tiempo no existe porque el tiempo son las cosas que te pasan, por eso pasa tan deprisa cuando a uno ya no le pasa nada» (Manuel Vicent). Continuaría con una amplísima retahíla de sentencias, del mismo modo que podría recrearme comentando cualquiera de las mencionadas; pero, para no hacerme pesado, me limitaré a compartir algunas reflexiones que me suscita la última paremia.

Años ha que en una de sus impagables columnas Manolo Vicent decía lo siguiente: «No existe otro remedio conocido para que el tiempo discurra muy despacio, sin resbalar sobre la memoria, que vivir a cualquier edad pasiones nuevas, experiencias excitantes, cambios imprevistos en la rutina diaria. Lo mejor que uno puede desear para el año nuevo son felices sobresaltos, maravillosas alarmas, sueños imposibles, deseos inconfesables, venenos no del todo mortales y cualquier embrollo imaginario en noches suaves, de forma que la costumbre no te someta a una vida anodina. Que te pasen cosas distintas como cuando uno era niño». Bien podría haber sido este el contenido de mi carta a los reyes magos, si es que no lo fue.

Porque, como él, constato casi diariamente que se me escapa imperceptiblemente la capacidad de exprimir el tiempo, e incluso de aprovechar los estrechos márgenes que deja la atención de las obligaciones cotidianas. Todavía me subyuga, como a él, la idea de percibir a mi alcance efímeras pasiones o algunos de los venturosos sobresaltos que descubro en las lecturas que emprendo y en otros pagos. A veces, cuando me acuesto, invoco el retorno de sueños imposibles. Y de vez en cuando regresan a mi mente y resuenan en ella las estrofas de viejas canciones; como aquella de Battiato intitulada por su primer verso: «La stagione dell'amore viene e va/, i desideri non invecchiano quasi mai con l'età./Se penso a come ho speso male il mio tempo/che non tornerà, non ritornerà più./La stagione dell'amore viene e va, all'improvviso senza accorgerti, la vivrai, ti sorprenderà/Ne abbiamo avute di occasioni/perdendole; non rimpiangerle, non rimpiangerle mai…»

De alguna manera, tengo la inconsistente convicción de que la ficticia misiva que consigné para oriente llegó a sus destinatarios. Lo intuyo porque, en esta epifanía del nuevo año, contrasto que algunos de mis deseos han sido satisfechos. Además, en algunos de los sueños que consigo evocar, he vislumbrado bienandanzas futuras. Por otro lado, en las párvulas tardes de enero he paladeado frecuentemente la matizada luz violeta proyectada por efímeros ocasos entintados de oropel y carmesí. Y he experimentado sensaciones agridulces que me han transportado a lejanos fríos heladores, compañeros de fatigas de una infancia apurada en callejuelas, corralas y labrantíos, arrebujada en la luminosidad torva de jornadas nivosas, que casi siempre eran el obligado preludio de la ansiada primavera.

Así mismo, en estas jornadas, durante mis timoratos paseos, he observado por centésima vez la sutileza de las yemas incipientes que ribetean las ramas de los almendros con su hinchazón característica, que anuncia la espléndida floración que alimentada por sabias vigorosas colonizará y vestirá sus desnudeces en pocas semanas. De ese modo, como por arte de ensalmo, se acabará gozosamente con el ostracismo vegetal que imponen los rigores invernales.

Y por encima de todo ello, hoy, compruebo y proclamo que somos especialmente felices porque hemos vuelto a detener el tiempo durante unas horas. De nuevo dejamos constancia irrefutable de que nos subyuga la armonía amistosa y de que nos siguen pasando cosas interesantes. Proclamamos que hemos resuelto abolir la monotonía y nos hemos propuesto firmemente evitar que los días resbalen sin dejar huella sobre nuestras vidas. Hoy hemos declarado tácita y explícitamente que queremos seguir escalando la pendiente de la existencia y resistir luchando contra el tiempo, como lo hicimos cuando éramos niños y adolescentes. Y ello, venturosamente, ha sucedido en Novelda donde, como siempre, nos había emplazado Luis, en el restaurante-cafetería Panach, al que conocemos cariñosamente como su «oficina».

Era poco más del mediodía, cuando pasábamos lista y allí estábamos todos. No pudieron concurrir físicamente ni Domingo Moro, que nos seguía telemáticamente desde Ibiza, ni Elías, que sigue distraído con sus cosas. Sin embargo, ambos estaban allí; doy fe. En el espacioso y agradable patio interior del establecimiento, una diligente y eficientísima camarera, de nombre Bea, nos ha servido un copioso tentempié conformado por sendas tapas de ensaladilla rusa, verduras salteadas, croquetas varias, sepia a la plancha y una fritura de pescadito y gambosí. Todo ello regado liberalmente con cerveza, vino blanco de Rueda y un tempranillo de crianza. A lo largo del cuantioso piscolabis, Luis ha mantenido en secreto el destino donde había previsto que diésemos cuenta de la refacción posterior. Tras ponernos al día con las novedades sobrevenidas desde el cónclave anterior y despachar algunos comentarios sobre la actualidad, hemos cerrado la primera parte del encuentro y nos hemos encaminado a ese lugar, tan discretamente ocultado, que no era otro que el Ristorante italiano, de la calle Valencia, junto a la plaza de la Glorieta. En el anexo que tiene en la esquina que forma la calle Carlos I con la plaza, habían dispuesto una mesa tipo banquete en la que nos hemos acomodado tras girar una sucinta visita al establecimiento principal. Una vez allí, dos espléndidas camareras, Rosa y Marieli, rumana y cubana respectivamente, nos han dispensado un pantagruélico menú compuesto por una espléndida variedad de productos de la cocina italiana servidos generosamente, entre ellos: vitello tonnato, tagliatta alla crudaiola, polpetielli alla Luciana, pizza margherita, marinara con acciughe, pasta arrabbiata, bolognese y carbonara. Todo ello regado con cerveza Peroni Nastro Azzurro y sendos Montepulciano d’Abruzzo Solandia, y rematado con postres no menos rumbosos, como el semifredo di yogurt, el tiramisú o el brownie.

Los cafés han dado paso a las canciones y a las copas. Antonio Antón ha vuelto a echar mano de su inseparable guitarra y de su inagotable repertorio dirigiendo magistralmente el final canoro que remata siempre nuestros encuentros. Una vez más ha puesto lo mejor de sí en las canciones que interpretaba y los demás, como hacemos siempre, lo hemos seguido como hemos podido. Han vuelto a sonar las viejas melodías (Si em dius adéu, María la portuguesa…), acompañadas esta vez de otras que parecían hacer un guiño al establecimiento (Bella ciao, No tengo edad…) y alguna incursión en las canciones de trinchera, como Hasta siempre comandante Che Guevara, junto a otras más distendidas como Rosas en el mar. Una vez más la música puso el mejor punto final a un encuentro que resultó nuevamente espléndido.

Así pues, en estos machadianos «días azules y este [recordado] sol de la infancia», reivindico que nos pasen cosas —cuantas más mejor— para evitar que nos resbale, sin dejar rastro, el valioso tiempo que consumimos. Y también que acertemos a mirarlas con ojos rejuvenecidos. No creo en eso que se dice:  —Lo único que no envejece de las personas son los ojos. Claro que envejecen. Se empieza por las borrosidades y se llega a no ver casi nada. De tanto recordar, las luminarias se transforman en vidrios anodinos. Un determinado día, cuando te miras en el espejo, descubres en tu rostro una mirada aquerenciada al vacío, una suerte de masa cristalina a la que vuelven y vuelven las pupilas, como retornando a un punto ciego, casi infinito, que concentra la memoria de cuanto nos sucedió. Percibes un regusto agridulce que hace que te rebeles y recuperes la obstinación por retomarle el pulso al tiempo. Es por ello que propongo para el año nuevo que combatamos con determinación la opacidad que a veces amenaza a nuestros almendrados ojos. Reivindico que nos esforcemos en recuperar de vez en cuando las miradas infantiles, las que antaño esparcían tan generosamente nuestros ojos redondos, como soles. Y reclamo, además, para determinadas ocasiones, la intensidad de las miradas adolescentes. Tengo la certeza de que, si logramos ensayarlas, con las renovadas perspectivas conseguiremos disipar las nostalgias y las monotonías. E incluso, como propone nuestro paisano Vicent, algunas mañanas hasta nos parecerá que reestrenamos la vida. 



lunes, 15 de enero de 2024

Año nuevo, viejos propósitos

Llegó el año nuevo y lo primero que me viene al pensamiento es aquello de..., que no nos pase nada. Desde la perspectiva política, medio planeta está llamado a las urnas en 2024. Más de 3.700 millones de ciudadanos podrán votar en las elecciones que se convocarán en 70 países, entre ellos EE. UU., la UE y la India, cuyos resultados tendrán un incuestionable impacto global. Ello, por sí mismo, es una grandísima noticia. Sin embargo, vista la reciente preeminencia de las opciones conservadoras y ultraconservadoras, las perspectivas de progreso no son precisamente halagüeñas. Por otra parte, siguiendo tendencias que se han consolidado en las últimas décadas, actualmente existen en el mundo más de treinta conflictos armados y un centenar de focos de tensión. Si bien cada conflicto es diferente y tiene distintas repercusiones humanitarias y geopolíticas, todos comparten características comunes: precarización de las condiciones vitales, violencias injustas y arbitrarias, maltrato y discriminación negativa de los más débiles (personas con discapacidad, mujeres, niños y mayores), quiebra de los derechos humanos, migración forzosa… Todos ellos factores netamente contribuyentes a la insalubridad, el malestar y la infelicidad de la ciudadanía planetaria.

El pasado verano, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, proclamaba que la era del calentamiento global había terminado porque se iniciaba la de la «ebullición global». Lo decía porque con los últimos datos se confirmaba la aceleración de la crisis climática. Efectivamente, el verano de 2023 fue el más cálido desde que existen registros. Y lo que es peor, a lo largo de la última década se han ido acumulando los récords de temperatura. Y nada parece que vaya a cambiar durante 2024.

Por otra parte, los ricos son cada vez más ricos mientras la pobreza se sigue cebando con los más vulnerables. Los cinco hombres más acaudalados del mundo han duplicado sus fortunas desde 2020, pese a la pandemia del Covid19 y las guerras. Un reciente informe sobre desigualdad que publica anualmente Oxfam, coincidiendo con la reunión del elitista Foro de Davos, refleja que los cinco mayores «superricos» (Elon Musk; el jefe del imperio del lujo LVMH, Bernard Arnault y su familia; el fundador de Amazon, Jeff Bezos; el magnate tecnológico Larry Ellison y el inversor Warren Buffet) han incrementado su riqueza a un ritmo de 14 millones de dólares por hora, mientras simultáneamente se empobrecían 5.000 millones de seres humanos. En términos absolutos, las fortunas de las cinco personas mencionadas han pasado de 405.000 a 869.000 millones de dólares. De manera que estamos asistiendo a una década de división, de una rampante desigualdad —que no es accidental—, en virtud de la que miles de millones de personas soportan las secuelas de pandemias, guerras o especulaciones financieras, mientras las fortunas de los multimillonarios permanecen ajenas al contagio y se disparan protegidas con un manto de plena inmunidad.

En algunos idiomas, un único término  designa el azar y la oportunidad. En francés, por ejemplo, la palabra chance tiene las dos acepciones. Lo que diferencia a una de la otra es simplemente una mera cuestión de actitud. La primera corresponde a la pasiva, a la de quien espera sentado que un golpe de fortuna le solucione sus problemas. La otra es la activa, la de quien se propone un objetivo y traza un plan para conseguirlo. Es el talante de quienes piensan que la suerte puede provocarse porque depende básicamente de dos factores: estrategia y perseverancia. Ser estratega consiste en saber lo que se quiere y cómo se puede conseguir. Ser perseverante es no dejar de visualizar el objetivo apetecido y bregar por lograrlo. Inequívocamente, la práctica de ambas virtudes favorece que la suerte nos acompañe.

Muchos consideramos que la gente con suerte son personas convencidas de que el futuro está lleno de buena fortuna. El optimismo les ayuda a persistir cuando fracasan y a no desistir tras los fiascos. Lamerse las heridas, lamentarse por los infortunios, reiterar que se haga lo que se haga todo saldrá mal…, no conduce sino al desánimo, a la disuasión por intentarlo de nuevo. En ocasiones, tenemos la impresión que algunas personas han nacido con una «flor en el culo», pues parece que todo les llueva del cielo. Sin embargo, con poco que afilemos la mirada, nos percataremos de que nos enfrentamos a seres que, de manera más o menos consciente, ensayan continuamente todo tipo de estrategias para aumentar sus posibilidades de atraer la buena fortuna; bien abriendo sus mentes a lo inesperado, bien quebrando las rutinas, o arriesgándose y venciendo los miedos y trabajando las relaciones y los contactos. Son personas que intentan crear permanentemente las circunstancias propicias y siembran el terreno para que emerjan las oportunidades. Y ese es mi propósito para el año nuevo: no dejar nada al azar y pelear por lo que es justo y humanitario. ¿Y el vuestro?



miércoles, 22 de noviembre de 2023

Crónicas de la amistad: Aspe (50)

Hoy, nuestro particular y amistoso periplo discurría de nuevo por tierras de Aspe. Casi retornábamos a los comienzos de nuestros cónclaves, que ya se prolongan por espacio de más de una década. Entre otras cosas, hemos experimentado en ellos que la amistad es un elemento clave para la comunicación, un soporte esencial de las relaciones interpersonales. De ahí que sea uno de los grandes asuntos que han estimulado la inquietud y motivado la reflexión de los seres humanos a lo largo de la historia. Sabios y filósofos nos han legado consideraciones sobre la amistad que tienen plena vigencia, pues al fin y al cabo no es sino un propósito íntimo, propicio para la cavilación y el autoconocimiento, que coadyuva a reencontrarnos con nosotros mismos. No albergo la menor duda de que la amistad es un elemento de crecimiento interior que ayuda a encarar la vida con optimismo y provecho. Ya lo dijo el escritor estadounidense Orison S. Marden: «Gran cosa es tener amigos entusiastas que se interesen constantemente por nosotros y por nosotros trabajen en toda ocasión, alentándonos con estimulantes palabras siempre que convenga, y que, al propio tiempo, soporten nuestras impertinencias, escuden nuestras debilidades, deshagan las calumnias y mentiras que nos perjudiquen, desvanezcan las malas impresiones, nos pongan en buen lugar cuando necesitemos quien nos defienda en nuestra ausencia, desbaraten los prejuicios levantados por algún error o tropiezo y estén siempre dispuestos a nuestro mejoramiento y auxilio».

El discurrir de hoy por determinadas áreas del término municipal aspense camino de nuestro inicial destino, la cafetería Sama, cercana al parque dedicado al Dr. Calatayud, nos ha sumergido de nuevo en una muestra paradigmática del dominio árido característico del sureste peninsular, excelentemente representado por el territorio que se extiende en la cuenca meridional de los valles del Vinalopó. De nuevo, hemos incursionado en un paisaje modelado por el clima estepario, con perceptibles influencias en la vegetación y en los cultivos que individualizan estas tierras alicantinas, organizadas por sierras interiores salpicadas de amplios corredores, en las que menudean las parcelas dedicadas la explotación de la uva de mesa, mediante un laboreo que combina la espaldera y el emparrado. Un territorio que apela al recuerdo del maestro Azorín, narrador inimitable de sus paisajes y sus atávicos ritos y costumbres. Un paisano que propone la modestia para compensar las inquietudes intelectuales, el disfrute de los pequeños grandes placeres que esconden los objetos y las experiencias cotidianas. De ahí que, desde una perspectiva literaria, formule el programa de acción de su párvula filosofía a través de la estética del reposo, definida por el silencio, la quietud y el ritmo pausado de las labores. Un universo que describe como nadie con su característico estilo de frases breves y precisas, de descripciones escuetas y expresionistas. En suma, utilizando los mínimos recursos para decir lo máximo posible, una estrategia idónea para describir el peregrinaje por el singular horizonte de lomas y ondulaciones, de barrancos y cañadas, que modelan las vertientes de colinas y oteros sucediéndose en una suerte de oleaje infinito.

Un paisaje, este, cuya contemplación alimenta mi placentera quietud reflexiva desde la que evoco que, en ocasiones, se ha considerado la debilidad humana como posible causa de la amistad. Sócrates, sin ir más lejos, entendía que tener muchos amigos era una señal de descrédito y no un símbolo de prestigio. Argumentaba al respecto que las personas somos seres incompletos, carentes de autosuficiencia y bondad. De esa constatación, deducía que nuestra propia debilidad natural podría ser la causa eficiente del origen de la amistad, pues al ser imperfectos necesitamos del apoyo de los otros. Discrepo del eminente filósofo porque, aunque me parece positiva su propuesta de reconocer y aceptar las propias carencias, entiendo que la necesidad de alcanzar aquello de lo que estamos desprovistos no es causa suficiente para generar una amistad auténtica. Considero que la amistad inducida por la mera necesidad busca esencialmente la utilidad y, en tal caso, cuando se consigue esta, pierde su sentido la otra y se abandona. De modo que un vínculo amistoso de semejante naturaleza se esfuma con relativa facilidad. Es más, la amistad concebida así encarna un peligro de rabiosa actualidad que debe combatirse resueltamente porque la mera utilidad conduce sin solución de continuidad al pragmatismo, este al utilitarismo y, finalmente, al más atroz individualismo.

Por ello, concuerdo más con otros estudios que aluden a dos requisitos fundamentales para alcanzar la felicidad en la amistad: la vida en común y el ejercicio conjunto de las virtudes. Respecto al primer asunto, diré que la felicidad presupone actividad, implica actuación. Y no cabe duda de que resulta más fácil interactuar con los demás que hacerlo con nosotros mismos. Por otro lado, es bastante común el deseo de compartir determinadas circunstancias vitales con los amigos y disfrutar de su compañía. De ahí que en la amistad se dé el intercambio de opiniones y de pensamientos, y fructifique también el diálogo, que requiere el empleo de las palabras y el uso de la razón. Todo ello, indubitablemente, contribuye al enriquecimiento personal. Ya lo dijo Aristóteles: «El hombre dichoso necesitará de amigos, si es verdad que quiere contemplar acciones buenas y hacerlas propias, y tales son las acciones de un amigo que es bueno» (Ética a Nicómaco).

Por otro lado, la felicidad conecta con la amistad porque practicando las virtudes conjuntamente con los amigos se puede alcanzar el bien y la felicidad. En ello radica la importancia de la virtud para lograr la felicidad y, a la vez, de ahí emerge la amistad como condición sine qua non para ejercitarse en las virtudes. La virtud es el modo de ser que capacita para llevar a la práctica las mejores acciones que, en definitiva, son las que conducen a la felicidad. Quienes aspiran a ser felices actúan preferentemente conforme a la virtud, enfrentando las vicisitudes de la vida con la moderación que demanda cada circunstancia. Como afirma Aristóteles: «La vida feliz será la del que actúe de acuerdo con la virtud» (Ética a Nicómaco). La persona virtuosa tiende a ayudar y prestar servicios a sus semejantes porque los seres humanos necesitamos amigos a quienes favorecer. Las acciones virtuosas tienen características agradables y, en consecuencia, quienes las practican tienden a realizar buenos actos. De modo que los amigos, al realizar obras virtuosas conjuntamente, se ayudan mutuamente para alcanzar la felicidad. De este modo se materializa un triple vínculo entre felicidad, amistad y virtud que tan acertadamente sintetiza la frase: «el hombre feliz necesita amigos virtuosos».

En tanto que perfeccionaba la anterior perorata, habíamos recorrido los escasos kilómetros de la A-7 que separan las afueras de Alicante del cruce con la CV-847, que conduce a Aspe. El paisaje y la hora disuadían de continuar con la monserga y estimulaban a refugiarse en el prosaico territorio de la subsistencia. Como en otras ocasiones, Antonio García nos había emplazado a las 12:30 horas en la cafetería Sama, junto al parque dedicado al médico Francisco Calatayud Gil, que fue alcalde entre 1927 y 1930, y que continúa siendo el principal pulmón de la población. Una obra que se inauguró en 1942, diseñada por el aparejador municipal, Higinio Perlasia, que también es artífice del colindante mercado de abastos, de traza neoárabe, edificado en 1930. El parque, que ya fue espectacular en su tiempo, continúa siendo uno de los de mayores dimensiones y más frecuentados del municipio. A lo largo de su historia ha sufrido numerosas reformas que, afortunadamente, han respetado sus ocho características pérgolas de obra y madera, decoradas con azulejos, y el remate de la escultura de la fuente central, obra del reconocido escultor Daniel Bañuls.

Tras los protocolarios abrazos y parabienes, mientras esperábamos a que llegasen los más retrasados y nos poníamos al día de las diferentes novedades, hemos despachado un aperitivo a base aceitunas rellenas, patatas chip, mejillones en escabeche y berberechos en su jugo, que nos ha dispuesto el espíritu para desplazarnos inmediatamente al restaurante Pabellón Deportivo, donde Antonio había reservado la comanda, que hoy componía un menú integrado por un surtido de aperitivos a base de jamón ibérico al corte, pulpo a la gallega, gambas con cabeza al ajillo y salazones alicantinos con tomate trinchado. Como plato principal se ofrecía codillo al horno, solomillo de ternera, bacalao al perfume de ajos, caldero de gallina, arroz meloso con carabineros, arroz con conejo y caracoles y arroz con bogavante. Como remate, se brindaba un postre casero, acompañado de café e infusiones. Todo ello bien regado, con cervezas y vino. Optamos por platos diversos, singularmente solomillo, codillo y arroz meloso con carabineros. Globalmente una cuchipanda aceptable, que hemos despachado displicentemente.

Como no podía ser de otro modo, nos hemos desplazado a una terraza exterior protegida, pues hoy hacía «rasquilla», para iniciar la sobremesa y apurar los cafés y las copillas. Obviamente, Antonio Antón ha dirigido el remate canoro de este quincuagésimo encuentro, en el que hemos vuelto a echar de menos a Elías, que ha incluido piezas clásicas de su inagotable repertorio como Si em dius adéu, La briola i el cremaor, Un alcalde de la población, Perque visc en la teulera, Les danses d'Elx, La cançó de les balances, Aline, María la portuguesa, Si Adelita se fuera con otro, La llauradora o De l'aigua dolca venim.

En fin, como dice Cicerón: «¿Qué dulzura quedará en la vida si se quita la amistad? Privar la vida de amistad es como privar al mundo del sol. La amistad es lo único sobre cuya utilidad está de acuerdo toda la humanidad». De modo que, para no discrepar de la inmensa mayoría —aunque ello nos importe un pimiento— y para exprimir el disfrute de los valores amistosos, Luis nos ha emplazado en Novelda, a finales del próximo enero. ¡Salud y felicidad hasta entonces, amigos!



domingo, 19 de noviembre de 2023

A propósito de: «¿Y si el problema fuera Madrid?»

En estos días, algunos aluden a lo que parece que escribió en su blog Iñaki Anasagasti el 22 de marzo de 2021, con el rótulo que encabeza esta entrada. Un texto que reproduzco más abajo (https://ianasagasti.blogs.com/mi_blog/2021/03/y-si-el-problema-fuera-madrid.html). Muchas son mis discrepancias con Iñaki, incluida su creencia de que España estaría más cerca del federalismo con un cisma independentista que sin él. Pese a ello, valoro la claridad y vigencia de sus opiniones, que son especialmente merecedoras de refrendo por haber sido vertidas en un contexto distante y desapasionado, muy diferente del actual en el que algunos, que parecen muchos, vocean desde su ficticia e inaceptable preñez de ardores y flatulencias. Nos atufan a todos y no debemos tolerarlo. Sea verdad o suplantación, decía Iñaki:

«¿Y si el problema no fuera ni Cataluña ni España? ¿Y si el problema fuera Madrid? No Madrid como ciudad, ni como conjunto. Madrid como lugar donde una pequeña élite improductiva siente peligrar sus privilegios. La casa real, el corpus político, la ingente cantidad de funcionarios de alto rango, la cúpula militar, los miembros de los consejos asesores de las mayores compañías del país, la plana mayor de la judicatura superior, conferencias episcopales, cortesanos mediadores e intermediarios con el poder, etc., etc., etc. 

Es una masa poblacional que no produce absolutamente nada, pero en cambio precisa de unos recursos enormes. Ese grupo, que es reducido comparativamente, acumula una gran cantidad de poder y de capital. Antaño, para sufragar los gastos de esa aristocracia indolente existían los diezmos, hoy los impuestos. 

Porque la primera necesidad de ese grupo es su propia subsistencia. Esa élite es la que ha vivido y vive en una realidad paralela, donde las crisis son poco menos que fenómenos meteorológicos y donde Madrid es principio y fin de aquello que ellos entienden como España. Infraestructuras radiales, sobre estructuras alrededor de la capital que deben ser rescatadas, ejes del Atlántico o del Mediterráneo que deben pasar por Atocha, son muestras de lo que digo. No conciben un modelo territorial que no rodee la Puerta del Sol, pero además han sido incapaces de generar un proyecto de Estado que aglutine a lo que ellos llaman la periferia que, cada vez más, es aquello más allá de la M-30. 

El único objetivo común que han sido capaces de enhebrar es el odio hacia lo que ellos llaman los nacionalismos periféricos. Eso sí que lo han ejercido con maestría. La excusa ha sido que quieren romper España, pero en realidad es el miedo a su propia subsistencia. Para un habitante de buena parte del país es más dañino el mantenimiento de esas estructuras improductivas que la posibilidad de que el estado se fragmente. 

Pero eso se ha ocultado de forma brillante. En realidad hay capas sociales de esas periferias que han colaborado profusamente con esa élite, para conseguir su parte del pastel. Buena parte de la actual parálisis del procès de debe a que está en manos de esas élites locales colaboracionistas con el núcleo improductivo de la aristocracia (por llamarla de alguna forma). 

Llevo tiempo pensando que si conseguimos desarticular ese palco del Bernabéu, con sus sucedáneos locales, seremos capaces de articular un espacio habitable. Si no es así, la única opción es huir. Cuando se habla de federalismo, que ha sido mi opción durante muchos años, se ignora esa realidad. Sin el desmantelamiento de la élite improductiva alrededor de la villa y corte, no es posible un cambio de modelo territorial. Y creo que incluso para los «indepes» debería ser una lucha prioritaria. La izquierda estatal debería darse cuenta de que con la lacra de todos esos vividores, es imposible cualquier avance. 

Hoy por hoy, me parece que una buena herramienta de producir ese cambio y de expulsar a esa élite extractiva que vive del resto, es el proceso de independencia, no por ninguna cuestión identitaria simplemente porque España, con su actual modelo de epicentro único, no sobrevive sin Cataluña, de ahí su resistencia. 

Si el 20% del PIB estatal desaparece, España tendrá que cambiar de modelo de gestión, sí o sí. Eso sin olvidar que no podemos dejar el proceso en manos de los colaboracionistas que siempre han sido lacayos advenedizos de ese núcleo. 

Creo que España estará más cerca del federalismo con un cisma independentista que sin él. Pero si alguien me convence de que hay un proyecto para acabar con esa élite extractiva, improductiva e hipercentralista, me alisto ya mismo».

Pues, esencialmente estoy de acuerdo contigo, Iñaki; matices, pocos y aparte.

Los que aquí se ven, ni alcanzan el 3% de los habitantes de Madrid, ciudad.


viernes, 10 de noviembre de 2023

Quince centímetros

Esa es, exactamente, la distancia que media actualmente entre las estaturas de mis nietos. Quince centímetros que resumen la ventaja que el mayor ha logrado sobre la pequeña durante los dos años y cuarenta y cinco días que separan sus respectivos alumbramientos. Gardel decía en su canción que veinte años no es nada. Y otros han apostillado que tampoco lo son veinticinco, treinta, o incluso cincuenta. Todos erraron. Veinte, treinta o cincuenta son muchos, demasiados, años. Obviamente, según la mirada desde la que se contemplen, que, en mi caso, corresponde a la que hoy forja en mi mente y en mi corazón el recuerdo de dos espléndidas criaturas de siete y cinco años, cuyas edades son pequeñeces si se las compara con las añejas humanidades que vamos completando quienes peinamos canas —a veces, ni eso— y estamos de vuelta de tantas y tantas cosas.

Pronto hará un año que escribí en este blog los últimos renglones sobre Fernando y Arizona. Fue con motivo de nuestra coincidencia en Gestalgar, a donde se desplazaron con sus padres desde Madrid. Era noviembre y los niños ponían sus pies en el pueblo por primera vez. Cuanto encontraron allí fue extraordinario para ellos. Aquel fin de semana comprobamos reiteradamente su curiosidad y su asombro al contemplar espacios domésticos y naturales novedosos y desconocidos, productos agrícolas y objetos locales manufacturados, juguetes antiguos y desusados, comercios tan precarios como peculiares. Incluso degustaron productos que, pese a conocerlos, no habían probado antes. Les sorprendió, además, una casa de pueblo que, aunque está renovada, tiene espacios y recovecos para jugar y esconderse. Muchas fueron las anécdotas y no menos las alegrías que nos depararon los apretados días compartidos en un desertizado y párvulo lugar, cuyas proporciones siguen siendo acordes con la dimensión de las personas.

Retomo el hilo de relato parental, hoy que vuelven a estar con nosotros en Alicante, para decir que, aunque hace un año que no los menciono expresamente en este blog, no hay día que no los recuerde y los eche de menos. Y si por un casual ello sucede, ahí está el grupo de WhatsApp Los abuelos de Fer y Ari para recordármelos. Ahí están los chats, las fotografías y los vídeos que nos envía sistemáticamente su progenitor, que son como una suerte de cordón umbilical que enlaza a la familia permanentemente.

Durante el amplio intervalo al que me he referido, Fernando se ha consolidado como un pequeño hombrecito que, mientras sus abuelos sufrían y se trataban algunos de los variopintos e inevitables achaques característicos de sus edades, ha crecido 5 o 6 centímetros y ha perdido algunos de sus dientes de leche (creo que son cuatro). Por otro lado, por lo que percibo cuando hablo telefónicamente con él —poco, la verdad, porque no le gusta— y con lo que contrasto cuando lo veo personalmente, diría que ha consolidado y refinado su percepción del transcurso del tiempo, diferenciando correctamente las unidades de su medida. Según dicen sus profesoras, es un alumno ejemplar que muestra sus preferencias por un estilo de aprendizaje relacionado con las actividades prácticas, que le gusta desarrollar de forma independiente y tranquila.

En lo relativo a su desarrollo afectivo y social, percibo en sus desempeños un creciente interés y sensibilidad con los sentimientos de los demás, aprecio cómo va modelando su empatía, importándole y preocupándole las opiniones y estados de ánimo de los otros (no solo de sus familiares directos). Por otro lado, por lo que cuentan sus padres, parece que ha cambiado algunas de sus amistades, ampliándolas a otros niños, mayoritariamente compañeros de colegio. También ha mejorado su coordinación motriz en actividades que requieren la concurrencia de movimientos grandes. Nada con soltura, se lanza a la piscina desde cualquier posición, muestra notoria habilidad para conducir vehículos (karts, patinetes…), manejarse en las atracciones de feria, etc.

Arizona, por su parte, ya reconoce la mayoría de las letras del alfabeto. Cuenta hasta veinte objetos. Sabe los nombres de casi todos los colores. Comprende los conceptos básicos del tiempo y distingue perfectamente para qué se usan la mayoría de los objetos que tienen en casa (dinero, alimentos, aparatos electrodomésticos...).

En el ámbito del desarrollo afectivo y social, quiere agradar a sus amigos y ser aceptada por ellos, aunque a veces rechaza a algunos compañeros arguyendo que la insultan o le pegan. Suele obedecer las reglas y manifiesta una independencia creciente. Ha aumentado su capacidad para distinguir entre la fantasía y la realidad, aunque disfruta de los juegos de simulación y también disfrazándose. Participa en juegos sociales, preferentemente con niñas.

En cuanto al lenguaje, es capaz de mantener una conversación significativa con otra persona, comprende las relaciones entre los objetos («Tito monta en bicicleta»), usa el tiempo futuro, suele aludir a las personas (u objetos) por su relación con otros («la mamá de Celia», en lugar de «la señora Marta», por ejemplo), relata una pequeña historia o cuenta cuentos, haciéndose entender muy bien.

En la esfera del desarrollo sensorial y motor, sabe dar volteretas, hacer el pino, andar a saltos y hacerlo a la pata coja; así como balancearse y trepar. Usa sola el baño y rara vez moja la cama. Por otro lado, tiene bien desarrolladas ciertas habilidades motoras finas que le permiten copiar figuras geométricas, dibujar personas con cabeza, cuerpo, brazos y piernas. Escribe casi todas las letras minúsculas y mayúsculas del alfabeto. Se viste y se desviste con progresiva autonomía, aunque a veces necesita ayuda y todavía no ha aprendido a atarse los cordones de los zapatos. Además, come autónomamente con tenedor y cuchara.

Hoy me interesa destacar especialmente la positiva interacción que se percibe entre Arizona y Fernando. La relación entre hermanos es probablemente una de las más duraderas de nuestras vidas y juega un papel fundamental en el día a día de las familias. Sin embargo, en comparación con la gran cantidad de estudios realizados sobre la convivencia entre padres e hijos, es mucho más exigua la atención que se ha prestado al papel de los hermanos y a su impacto en el desarrollo mutuo, pese a constituir un componente integral de los sistemas familiares y coadyuvar a conformar un contexto importante para el aprendizaje y el desarrollo.

En la primera infancia, las relaciones entre hermanos presentan cuatro características esenciales: a) las define una fuerte carga emocional con pocas  inhibiciones;  b) predomina en ellas la intimidad (juegan juntos durante mucho tiempo y se conocen muy bien), lo que favorece las oportunidades para proporcionarse mutuamente apoyo emocional e instrumental; c) existen grandes diferencias individuales en la calidad de las relaciones; y d) a menudo, la disparidad de edades hace que se generen disputas, pero a la vez propicia un contexto positivo de intercambios complementarios que incluyen enseñar, ayudar y cuidar. En todo caso, las características de las relaciones fraternales a veces hacen difícil su abordaje por parte de los padres.

La convivencia fraternal se revela así como un laboratorio natural para que los niños aprendan sobre el mundo. Es un espacio seguro para desentrañar cómo debe interactuarse con los otros, para aprender cómo manejar los desacuerdos y cómo regular las emociones de toda índole desde parámetros socialmente aceptables. Son muchas las oportunidades que propicia el entorno familiar para que los niños y jóvenes analicen y metabolicen las relaciones con los demás miembros de la familia, que suelen ser cercanas y cariñosas, pero también desagradables y agresivas en algunas ocasiones. Por otro lado, en el hogar menudean las oportunidades para que cada uno de los hermanos utilice sus habilidades cognitivas para convencer a los demás, para enseñarles y, también, para imitar sus acciones. Los beneficios derivados de esas relaciones cálidas y positivas pueden durar toda la vida, de la misma manera que las interacciones tempranas difíciles suelen estar asociadas con procesos de desarrollo indeseados.

La crianza sensata y sensible que ensayan los padres de Fernando y Arizona, secundada por sus cuidadores, educadores y familiares, está contribuyendo significativamente a su adecuado desarrollo personal y social. Las estrategias parentales para gestionar la convivencia entre los hermanos son de vital importancia para aprender a vivir y a convivir. Y es que, como decía al principio, veinte, treinta o cincuenta años son eternidades contempladas desde la atalaya que proporciona el poco más de un centenar de centímetros que alcanzan las estaturas de mis nietos, pero como dijo William Blake en su poema Auguries of innocence, «[…] Para ver el mundo en un grano de arena/ y el cielo en una flor silvestre, / abarca el infinito en la palma de tu mano/ y la eternidad en una hora…».